Las trabajadoras de la economía informal de todo el mundo han exigido servicios públicos de cuidado infantil de calidad mediante una campaña organizada por la red de investigación, intervención y políticas WIEGO (Mujeres en Empleo Informal: Globalizando y Organizando).1 La campaña fue fruto de una investigación realizada en cinco ciudades –Belo Horizonte (Brasil), Accra (Ghana), Ahmedabad (India), Durban (Sudáfrica) y Bangkok (Tailandia)– donde se realizaron entrevistas a trabajadoras de organizaciones de representantes de la economía informal que revelaron el alcance de la necesidad de servicios públicos de cuidado infantil de calidad (Alfers, 2016).

El empleo informal constituye más de la mitad del trabajo no agrícola en el Sur Global y hay más mujeres que hombres que desempeñan su actividad en la economía informal en el Asia meridional (83%), el África subsahariana (74%) y América Latina (54%) (Vanek y otros, 2014). Dada la magnitud de la economía informal, en WIEGO partimos del punto de vista de quienes trabajan de esta forma y las batallas diarias que afrontan para ganarse la vida. Estas trabajadoras quieren ofrecer un futuro mejor a los niños, pero les resulta difícil encontrar los recursos y el tiempo necesarios para cuidarlos debido a sus largos horarios laborales, bajos ingresos y malas condiciones de trabajo. Como desempeñan su actividad de manera informal, carecen de todo tipo de protección durante la maternidad y se ven obligadas a trabajar aunque sus hijos tengan solo unas semanas de vida. Al centrarnos en las trabajadoras de la economía informal, también llegamos a algunos de los niños más marginados de los entornos urbanos.

En nuestro estudio hemos analizado la forma de organizar el cuidado de los niños de 159 mujeres de la economía informal de cinco ciudades, como empleadas del hogar, vendedoras ambulantes y de mercados, recogedoras de basura y quienes trabajan desde casa. Todas ellas tenían a su cargo niños menores de siete años (el 82,5% eran madres; el 15%, abuelas; y el 2,5%, tías). La forma de organizar el cuidado de los pequeños dependía de varios factores: el marco institucional de cada país al respecto, las normas socioculturales y las diferencias entre una trabajadora y otra (por ejemplo, en cuanto a nivel de ingresos) y entre grupos de trabajadoras.

Por ejemplo, en Belo Horizonte, las recogedoras de basura a las que entrevistamos recurren al servicio público de cuidado infantil, mientras que en Durban y Accra las vendedoras optan por servicios informales no regulados o bien se llevan a sus hijos a los mercados si los centros de cuidado infantil son caros o de baja calidad. En los entornos urbanos llenos de gente, si las mujeres van al trabajo con los niños, estos ven peligrar su salud y desarrollo además de suponer una distracción para ellas, con la consiguiente pérdida de ingresos. En Ahmedabad, las mujeres que pertenecen a la Asociación de Autónomas (SEWA) tienen acceso a una cooperativa de cuidado infantil que se adapta a su horario laboral y proporciona servicios sanitarios y educativos, además de comida nutritiva (Moussié, 2017).

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Foto: Paula Bronstein/Getty Images Reportage

El estudio ha echado por tierra el mito de que las trabajadoras de la economía informal siempre cuentan con parientes para cuidar a los niños pequeños cuando ellas están ocupadas. En realidad, son reticentes a dejarlos en manos de familiares o vecinos porque les preocupa su seguridad en ciudades atestadas de gente y temen que no reciban los estímulos y cuidados que necesitan. Además, se espera que paguen a los cuidadores con dinero o en especie. El estudio de WIEGO demuestra que, para garantizar el desarrollo positivo de la primera infancia, hay que tener en cuenta las necesidades de los niños y de las trabajadoras de la economía informal.

Se pueden consultar referencias en la versión en PDF del artículo.

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